lundi 16 mai 2011

En Chile se Protesta (y no solo en Twitter) - Por Alonso Barros


Vuelvo de noche y la espesura de Londres se abre a mi otra vida, la chilena, que está cinco horas antes, de día. Entro al departamento prestado que ocupo cerca del centro cultural Barbican, a veinte minutos a pie de mi lugar de trabajo en la Universidad. Me recibe la Línea de Tiempo en Twitter, esa tribu heteróclita de afinidades electivas, provinciana a la vez que cosmopolita.

Juguetona, contradictoria y distante cuando no fresca e inmediata, desfachatada y autista (o simplemente aburrida a morir) esta red personal y social te atrapa y suelta con un guiño. Twitter también resiste, tal como se resiste uno a despertar de un sueño emocionante. Cada cual se gana el respeto o el odio de quien le importa o no; abundan los curiosos, sapos y troles (se pueden domesticar o expulsar). Por ser esencialmente voluntaria, relativamente discreta y fácil de abandonar (a diferencia de la red de espionaje Imperial de Facebook y su “celebrity culture”), Twitter puede servir para filtrar amablemente las groserías unidas a los prejuicios y efectos segregadores de clase, raza, género y generación que marcan el paisaje moral de la calle, de la oficina y de la casa en el mundo off-line chileno. Twitter ofrece una asepsia intimista y espontánea, democrática y expansiva, tiene potencial para transformarse rápidamente en una instalación de arte comunitaria, efímera y transcendental. Contrario a lo que afirman algunos paranoicos de las redes sociales, Twitter es libre: en nada te obliga.

O casi en nada.

Hace tres noches, precisamente, busqué cobertura de información fidedigna sobre las protestas anunciadas en contra de HidroAysén. Recorrí las radios y televisiones online de Chile, y apenas encontré algunos medios regionales. Nada en Santiago tampoco. Blackout informativo. O imágenes editadas, ninguna transmisión profesional. Desde el extranjero, por ejemplo, no puedes acceder a la señal pública online de la Televisión Nacional en forma gratuita, dice “Solo en territorio chileno” y te piden casi diez dólares por acceso.

Pero el trinar de mis seguido(r@)s crece en las palabras de mi pantalla, sube la adrenalina y comienzo a sentir los efectos alteradores de la conciencia, todavía aletargada por las fatigas cotidianas. Me transporto a Santiago pasando por Valdivia, Valparaíso e Iquique. Álvaro, un doctor de Victoria de paso en la capital, empieza a transmitir la protesta desde el centro con su celular. El ambiente es electrizante y me derrito fácilmente en la entrañable masa humana vibrante de perros vagos y xilones verdes no domesticados que transmite Álvaro. Puedo casi respirar las lacrimógenas: la gente salta, alegre, comprometida y ampliamente juvenil. Álvaro es prudente, se acerca para ayudar a una niña que se desmayó sofocada. Ella también quería adelantar la primavera en la plaza, pero la inocencia de miles de flores puestas allí fue pronto arrancada por la policía. Ahora, todos arrancan ante la fauna policial armada de casco y con botas, que monta violentamente sus guanacos y zorrillos. L@s niñ@s corren asustados. Todos chillan. Álvaro es prudente. La pila se acaba luego (Twitcast grabado en http://twitcasting.tv/alvarorivasmd/movie/1577171
. Vuelve el blackout informativo, se acabó la protesta para mí, el trinar de la tribu se apaga poco a poco en la noche de Londrestán, que carga con cinco horas más.

Los medios chilenos no cubrieron en vivo la protesta de 30.000 personas en Santiago y cerca de 20.000 más en las otras ciudades de Chile. Protestó gente con distintos horizontes políticos, culturales, económicos y ecológicos. No hubo una ideología dominante chapada a la antigua o partidista detrás; pero sí, claridad de propósito político respecto al futuro. Son marchas, batucadas, reuniones, talleres, actividades culturales, extracurriculares o en familia, en contra de las promesas incumplidas y los patentes abusos cometidos a diario por agentes y funcionarios del Estado, bajo responsabilidad del Presidente de la República y sus Ministr@s, todos estrechamente vinculados a empresas que lucran con los recursos naturales y los impuestos de todos.

Los pueblos indígenas en todo Chile también se oponen a HidroAysén, emblema actual del modelo económico extractivo. Los mapuche, por cuyas comunidades pretenden pasar parte de los 2.200 kms de cableado y sus cerca de 6.000 torres de 50 metros de altura, se oponen especialmente: Hay mapuches están presos en huelga de hambre hace más de 60 días y para más remate, en estos mismos días, el gobierno aprobó una ley que le permite a la agroindustria trasnacional y sus aliados nacionales patentar las semillas y conocimientos tradicionales indígenas y campesinos. Una abuelita likanantay que marcho desde San Pedro de Atacama hasta Santiago en contra del proyecto geotérmico en El Tatio (de ENDESA también) me dijo “es hora que el pueblo dirija como se debe gobernar desde su casa, y no desde las transnacionales”.

En el Norte de Chile, se aprobaron dos termoeléctricas a carbón (35 de ellas fueron programadas bajo el gobierno de Michelle Bachelet). Recientes y vergonzosos intentos de desfalco en el equipo cercano a la presidencia empañan aun más el ya oscuro panorama (caso MINVU-KODAMA); tanto, que hasta a llegado a parecer ocioso deslindar lo público de lo privado en asuntos de gobierno. Pinochet sembró, la Concertación regó y la Alianza quiere cosechar, dicen algunos seguido(r@)s de Twitter. Reducida, densa e impenetrable, la maraña de intereses cruzados se levanta como el espectro de una republiqueta bananera o más bien, de un Chile “piñero”.

La ciudadanía se impacienta ante tanto descaro y las estadísticas presentan un panorama poco tranquilizador. Los espejismos de institucionalidad están en jaque: mientras 3.2 millones de chilenos votaron por Sebastián Piñera, son 7.2 millones los que expresan estar en contra de las represas de HidroAysén. La bronca crece día a día, incontenible, desde todos lados. No han servido las declaraciones, despliegues y martingalas del personero de HidroAysén, Daniel Fernández; ni del bi-Ministro de Energía y Minería, Laurence Golborne, ni las sentencias del exPresidente Ricardo Lagos, que afirmó que la represa era necesaria cuando a todas luces no lo es (todos los estudios serios lo confirman sin dudar, mis propias investigaciones y publicaciones lo dicen a gritos, hace años).

La insatisfacción popular tampoco pudo ser atajada por la exagerada represión con gases lacrimógenos por carabineros sin placa (que mantuvo a centenares detenidos). El día anterior, los estudiantes habían ya probado la violencia del trato policial, aunque por motivos diferentes. Los representantes de los intereses de HidroAysén han intentado demonizar la protesta por distintos medios, afirmando por ejemplo, con característico desparpajo, que la multitud pacífica viene financiada desde el extranjero, cuando es la transnacional de origen italiano ENEL que financia a HidroAysén. Nos dicen que la mayoría está equivocada, y que las represas son una decisión de Estado que no puede recular.

Esta generación más joven que protesta no conoció la dictadura en carne y hueso y se parece más a aquella que protestaba antes del golpe militar de 1973, que no vio la tormenta juntarse encima de La Moneda y que pagó caro su atrevimiento.

Cierto, el twitcast de Álvaro en la protesta de l@s chilen@s remueve memorias de la dictadura, de la alegría abortada poco después del plebiscito, y de las penosas secuelas políticas, sociales y económicas. Pero sobre todo mostró el hastío general frente a las muchas promesas incumplidas de la Concertación, el fracaso retumbante de ese amasijo de mediocridad y pequeñez que culminó bajo el gobierno de Michelle Bachelet, y la aprobación entre gallos y medianoche de la Central Campiche (propiedad de AES Gener), visada por el Ministro Pérez-Yoma un 31 de Diciembre de 2010, bajo la atenta mirada del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica.

Abrochando ya la espiral conspirativa y contra-conspirativa: HidroAysén es un importante avisador en los principales medios, y Canal 13 y TVN están estrechamente comprometidos con la industria extractiva minera, que consume cerca del 40% de la torta energética nacional. No es entonces de extrañar que dichos medios no cubran el movimiento social que crece, trasnversalmente, a lo largo de y ancho de Chile, y que se escuche solo el rumor de Twitter.

Porque esos 7.2 millones de chilenos que se oponen a HidroAysén están decididos a manifestar con ocasión del 21 de Mayo próximo. Es un movimiento social de proporciones inusitadas en Chile, ni siquiera el voto contrario a Pinochet en 1988 logró tanta adhesión. Y sin embargo, apenas es noticia, los medios influyentes lo tratan de minimizar (esta misma columna fue rechazada -en silencio- por un medio electrónico dominante que se viste de neutral, pero cuyo corazón editorial es financiado por HidroAysén).

Así como voté en contra de la dictadura en el plebiscito de 1988, participaré en este plebiscito no convocado, con mi tribu electrónica, aunque nuevamente me de Twitter-lag por la diferencia horaria. Porque gracias a Twitter estoy más enchufado con la realidad que muchas personas en Chile que no saben ni tienen cómo saber lo que está ocurriendo, ni lo que se está gestando, precisamente, porque no están en Twitter. A la mayoría de los chilenos ya no le vienen con cuentos: la institucionalidad está amañada al servicio de los intereses económico de una ínfima minoría. Somos muchos más los que estamos en contra de HidroAysen, que los que votaron por Piñera. Incluso somos muchos más los que estamos en contra de HidroAysén que los que votamos en contra de Pinochet. Queremos algo nuevo, realmente distinto, y al igual que no cumplió la Concertación, la Alianza ahora tampoco nos está respetando. ¿No se supone que en democracia la mayoría impone su decisión a la minoría? ¿Hasta cuándo ocurrirá en Chile lo contrario?

Conforme a la lógica de satisfacción inmediatista que impulsa Twitter, que tanto vimos influenciar la primavera árabe, cabe predecir que en Chile, este 21 de Mayo, se vienen eventos políticos cada vez más intensos. Y no será gracias a los partidos (elite que ha capturado al Estado en exclusivo beneficio de un diminuto grupo económico). Será gracias a medios sociales como Twitter, donde no nos conformamos con los paños fríos, maquillajes y oropeles que proponen los medios dominantes. La bronca es en serio: el problema no es HidroAysén, sino que los intereses y los medios que apoyan a esa empresa, sus financistas y a los que junto a ellos nos malgobiernan. Nos vemos en Twitter el 21 de Mayo.

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