jeudi 7 juillet 2011

REIVINDICACIONES INDÍGENAS: ¿ÚNICAMENTE, CONFLICTO Y VIOLENCIA? - Por Mario Ibarra


M. Ibarra.

Dejando de lado «las etnias», «los pueblos originarios» y «las etnias originarias» (asuntos que, en ningún caso, son detalles conceptuales menores), se puede observar que las palabras «conflicto» y «violencia» son, exageradamente, subrayadas en el discurso de las autoridades gubernamentales y repetidas, ad–nauseam, en la radio, la prensa y la televisión; con esto se logra «sacarle los mejilloncitos del cesto» a toda persona que busque –con datos objetivos y lenguaje adecuado– entender la situación del pueblo mapuche.

Cualquier diccionario de la lengua de Cervantes dice que «conflicto» (del latín, conflictus), en sus distintas acepciones significa: «lo más recio de un combate; punto en que aparece incierto el resultado de una pelea; combate y angustia del ánimo; [y,] apuro, situación desgraciada y de difícil salida».

Todo indica que las dos primeras acepciones apuntan a una situación de guerra y habría que forzarlas mucho para aplicarlas a las reivindicaciones de goce y ejercicio de derechos que –de varias formas y desde hace mucho tiempo– levantan personas, comunidades y organizaciones mapuche.

Es evidente que las dos últimas acepciones tienen sentido figurado y pueden utilizarse para construir la siguiente «pachotada»: la sociedad chilena –enfrentada a una situación particular– manifiesta síntomas de «apuro» frente a una «situación desgraciada y de difícil salida», que se expresa en un «combate» interno y en una «angustia» de «ánimo». Indudablemente, la formulación es artificial, pero da cuenta de algunos rasgos e incluye comportamientos observables, y, en ese caso, el «conflicto» sería de la sociedad chilena consigo misma.

Violencia (del latín, violentia), significa: «calidad de violento; acción y efecto de violentar o violentarse; acción violenta o contra el natural modo de proceder; [y,] acción de violentar a una mujer». Las dos últimas acepciones son figuradas y aquella que designa una «acción contra el natural modo de proceder» –aplicada al caso que nos ocupa– sería pertinente, pues, es indiscutible que existen algunas manifestaciones que pueden designarse como «actos violentos».

Para condenar el quehacer que va al encuentro del «modo natural de proceder», se argumenta que, en una sociedad democrática, «la violencia no tiene cabida» y, en esto, existe un amplio consenso, pero –sin el ánimo de quebrar el consenso ni hacer apología a ninguna forma de violencia–, es necesario preguntarse: ¿es democrática una sociedad que utiliza y justifica la violencia?

A propósito de «la violencia», Nelson Mandela dijo: «Antes de condenarla, hay que saber qué es y cómo se expresa, pero, lo principal es entender cuáles son los factores que la generan y quién y cómo la ejerce». En la situación del pueblo mapuche, la utilización, por parte de las autoridades, de las palabras «conflicto» y «violencia» –políticamente– tiene la ventaja de ocultar reivindicaciones de derechos, relativizar denuncias, distorsionar o aplazar el debate de fondo que –al parecer– necesita la sociedad chilena y –en algunos casos– justificar la represión.

El uso (parcial) y el abuso (deliberado) de la palabra «violencia», asociada –mecánicamente– a guerra y caos, en el denominado «conflicto mapuche», tiene algunas aristas que –para no caer en simplificaciones y visiones sesgadas– deben precisarse.

Hasta ahora –leyendo los diarios y teniendo en cuenta informaciones radiales y televisivas–, se puede decir que: a) la violencia atribuida a organizaciones o personas mapuche ha sido ejercida contra bienes materiales; b) la violencia practicada por las fuerzas policiales (enmascaradas o no) ha sido llevada a cabo –principalmente– contra personas (en algunos casos, es probable que una investigación –acuciosa– concluya en la existencia de torturas y/o tratos crueles, inhumanos o degradantes); c) los allanamientos de las comunidades (decididos por una autoridad o instancia judicial) son actos de gran violencia con un despliegue de fuerzas y materiales –eventualmente– innecesarios (donde no pueden ignorarse o descartarse «daños» físicos, psicológicos y materiales); y, d) la negación o relativización de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales constituyen violencia o la generan.

Una cosa es no entender (ni tener la pretensión de comprender) una situación y otra, bien distinta, es hablar de «conflicto». La utilización de la palabra «violencia», exclusivamente, para condenar la quema de un camión es incorrecta, parcial y discriminatoria porque busca hacer olvidar o esconder los actos violentos efectuados por todos los actores y, al mismo tiempo, ignorar los factores generadores de violencia que están presentes en el supuesto «conflicto mapuche».

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