jeudi 4 août 2011

Bulnes, puro cuento. Una mirada a la propuesta sobre Educación desde los pueblos indigenas

Por Enrique Antileo Baeza y Claudio Alvarado Lincopi.

En líneas generales la respuesta del Ministro Bulnes es un documento con una increíble habilidad retórica y abuso de eufemismos que pueden confundir. El uso del lenguaje fue pensado para poder, de algún modo, dejar contento a diferentes actores del movimiento estudiantil, pero sin que ellos (la derecha y en general los que están hoy en el poder del Estado) siquiera pongan en riesgo sus convicciones teóricas y políticas, claramente tendientes hacia un modelo de libremercado.

No hubo nada que apelara a la discusión que han instalado los estudiantes respecto a la gratuidad. No hubo nada que tratara el problema del lucro. Fue una prolongación de lo que ya había señalado Lavín en su acuerdo anterior; fue un desfile de saludos a la bandera, promesas de nueva institucionalidad y una tentativa de dejar contentos a todos con las “buenas intenciones” de este gobierno. Si bien algunas cuestiones podrían considerarse relevantes, se evadió en gran parte los problemas estructurales que marcan a la educación en Chile.

Ahora bien, en específico a lo que se refiere a pueblos indígenas (detallado casi como anexo del informe), podemos analizarlo a partir de dos niveles: por un lado lo global, para comprender la matriz ideológica e histórica de la interculturalidad propuesta por el gobierno, y por otro lado el detalle de las propuestas, que están fundamentadas en lo global, y que nos vinculan a sus vacíos, que se presentan como desafíos para el movimiento social y político mapuche.

Intercultural Neoliberal. Una Crítica al Multiculturalismo del Gobierno

En lo global, partir con una afirmación: si no se transforman los problemas estructurales de la educación en Chile (gratuidad, lucro, acceso, etc.), el espacio para la interculturalidad será solamente un cuestión nominal. Creemos que en este momento, crucial por cierto, se están enfrentando distintas formas de entender la interculturalidad y, claramente, las que provienen de las políticas de Estado (no sólo de ahora, sino las desarrolladas en los gobiernos de la Concertación) no son la que persigue el movimiento mapuche. Esa interculturalidad (la de las políticas de gobierno) sólo deja espacio, siendo bien reduccionistas, a políticas de lo anecdótico, de lo pintoresco y está limitada al ámbito de la cultura y la identidad, sin tratar temas de fondo como derechos colectivos (políticos, territoriales, educativos, lingüísticos, etc.).

Los pueblos indígenas son exhibidos como reliquias museográficas, las cuales se pueden visitar mediante cursos y programas, son la otredad presente, lamentablemente presente, con la cual se debe convivir de manera esporádica y turística, no intercultural en el amplio sentido de la palabra.

El movimiento mapuche aspira a otra interculturalidad, a una que tenga por norte el establecimiento de relaciones entre distintos pueblos en igualdad de derechos, donde se respeten distintas formas de vivir, comprender, educar, generar conocimiento. En el fondo, un espacio real de diálogo simétrico entre los distintos pueblos que residen bajo la figura del Estado, lo que implica, sin duda, la transformación y refundación de éste último como proceso clave, en el sentido de una nueva distribución de la riqueza, del poder, cuyo propósito sea también la convivencia pacífica entre distintas naciones, superando el vínculo colonial que mantiene el Estado hoy con la sociedad mapuche.

Propuestas de una Interculturalidad Colonial

En específico, ninguna medida de Bulnes y su equipo satisface las demandas estudiantiles mapuche. El documento inicia: “Compartimos la importancia de incorporar de manera efectiva a los pueblos originarios y la interculturalidad en el sistema de educación superior”. El problema radica principalmente en que no compartimos el mismo concepto de interculturalidad y tampoco ese “compartir” ha sido gratuito. Si no mal recordamos, estos mismos tipos que hoy hablan de pensar igual que nosotros, en los ochenta “compartían” indudablemente el deseo de terminar con las tierras indígenas e incorporar por la vía de la fuerza a los pueblos a la nacionalidad chilena. La interculturalidad que entiende el gobierno tiene un marco político-ideológico bastante claro, que corresponde a las teorías neoliberales sobre la diversidad (multiculturalismo) y el tratamiento de la diferencia en relación con el sistema político del Estado y con las políticas económicas de éste. Evidentemente a ellos no les molesta la demanda de la interculturalidad, porque para ellos tiene un sentido bastante inofensivo, según su propio entendimiento.

En ese camino, es deber del movimiento definir qué aspira con la demanda por interculturalidad, desde una perspectiva totalizadora, en donde se incluya la discusión de lo educativo, conjuntamente con lo político, lo territorial, lo económico, etc., ya que el marco político-económico, contextualizado bajo el desarrollo del capitalismo en Chile, no implica sólo problemas de dominación y explotación de ciertos individuos sobre otros (lo que repercute en la educación), sino también implica la mantención o continuidad de relaciones coloniales o de colonialismo entre el Estado (y el sector social que lo controla) y los pueblos sometidos que se encuentran bajo su jurisdicción (en este caso una parte del pueblo mapuche que reside en este país). Es ahí la necesidad de discutir desde una perspectiva sistémica (Estado Capitalista) la educación intercultural.

¿Qué se pretende indicar? Bueno, que la interculturalidad en medio de políticas neoliberales tiene un norte claro, que involucra derechos parciales, la mayoría de las veces aplicado a los individuos, en el marco de la cultura (más bien entendida como folclor por ellos) y la identificación étnica. Una demanda por interculturalidad no puede desenvolverse en medio de políticas económicas que apuntan en sentido contrario. ¿Cómo serían compatibles políticas interculturales con políticas económicas que explotan el territorio mapuche? Por ello es relevante la participación mapuche en el movimiento estudiantil, no por un asunto de nacionalismo o etnicidad (que sin crítica al modelo puede desembocar en cualquier cosa), sino porque esta lucha particular también apunta a cambiar las relaciones económicas en Chile, un piso clave para que la autodeterminación del pueblo mapuche camine en buen pie. Una nueva política por interculturalidad implica no sólo su reconocimiento constitucional; requiere el reconocimiento de derechos colectivos fundamentales, en este caso, de la capacidad de decidir por nosotros mismos cualquier cosa que nos ataña colectivamente y también nuestro legítimo derecho a vivir en el que siempre ha sido nuestro territorio. De ahí en más, vienen más derechos que por supuesto cambian la estructura del Estado como los que refieren a la educación y la lengua. Tras nuestro discurso de interculturalidad se alberga una profunda transformación, que obliga a todos los actores del país a reconocer que en el Estado hay muchos pueblos viviendo y que deben convivir en igualdad de condiciones y derechos colectivos.

Esa interculturalidad no puede ser un maquillaje étnico como lo conocemos hoy en día, necesita ser construido nuevamente.

La letra chica

Ahora bien, en el detalle del lenguaje técnico-político de la propuesta, el documento señala:

Primero, “promover el acceso y titulación oportuna de los jóvenes provenientes de pueblos originarios. Igualmente incentivaremos la incorporación en la oferta de educación superior de cursos y programas que aborden las temáticas interculturales”. Promover e incentivar son verbos que no tienen ninguna característica vinculante, es decir, se acercan más bien a una declaración de sentido común, lo que podría memorizar cualquier funcionario de la CONADI y replicarlo visita tras visita de algún estudiante inquieto. Puede que lo de “cursos y programas” suene bonito, pero en realidad debiese ser un enfoque transversal, que dé menos cabida a los criterios individuales de uno u otro establecimiento. Sólo “incentivar” estos espacios de cursos y programas da lugar a que los planteles universitarios se hagan los lesos con el tema y lo dejen a sus designios ideológicos y económicos.

Segundo, “adicionalmente, promoveremos la creación o el fortalecimiento de centros especializados de investigación y programas docentes, referidos a la identidad de los pueblos originarios y contenidos educativos específicos”. Fuera de reiterar lo de “promover”, no es menor que diga “identidad” y no por ejemplo “derechos”. La identificación de las personas sobre su pertenencia a los pueblos indígenas no les molesta en absoluto. Lo que les molesta, es la exigencia de derechos, de transformaciones políticas y económicas. Si se fijan no hay mapuche presos por identificarse, están presos porque muchas de las resistencias apuntan a cambiar ese status quo. Y cuando escribe “contenidos educativos específicos” me imagino claramente que sólo se habla de ciertos aspectos de la cultura mapuche, lo más llamativo e indicador de la diferencia, lo más folclorizado y no de “derechos educativos y lingüísticos” como debiese ser.

Tercero, “se mantendrán los beneficios adicionales a las becas regulares para alumnos provenientes de pueblos originarios, lo que supondrá una inversión estimada para el próximo año de 15.000 millones de pesos”. Cuantificar lo que se “da” (que es una miseria en lenguaje de política pública comparado con otros gastos sociales) es como decir. “ya, listo y más les vale que se pongan contentos”. Todos saben que las becas son insignificantes y además no tienen, bajo las cabezas del gobierno, sentido político de reparación, sino lo ven como una discriminación positiva, así como “la beca por ser mapuchito”, cuestión que se ha impregnado hasta en la gente, que llegan en masa pidiendo el simpático beneficio. Ahora bien, las becas tienen el mismo problema de todo el sistema. Se necesitan becas porque la educación no es gratis. Si fuese gratis esas políticas no serían necesarias.

Cuarto y último, el documento señala: “mejoraremos las condiciones de infraestructura de los hogares de indígenas, generando condiciones dignas para los estudiantes que ahí residen”. Puede que sea el único punto interesante, pero no se puede evitar la sensación de falsa promesa, de “quédense tranquilo cabros”. No se habla tampoco de más hogares, ni de hogares interculturales por ejemplo, sólo de mejorar la infraestructura, como si para el futuro los mapuche no siguieran ingresando a la educación superior. Así también, no se habla de un reconocimiento jurídico de los Hogares, lo que sin duda es un problema político, porque para el gobierno eso significaría reconocer un espacio ganado autónomamente, y no por una concesión del Estado, en este sentido, una política de hogares que mantenga las autonomías administrativas al interior de éstas, también pasará por un cambio en la distribución del poder en Chile.

Palabras finales

En fin, el gobierno tiene muy claro donde se inserta la interculturalidad en su marco ideológico y no tiene nada que ver con lo que nosotros podemos estar entendiendo por ella.

Tampoco señala el documento la responsabilidad del Estado en este tema, siguiendo la legislación internacional vigente, como el Convenio 169. De hecho este instrumento señala en su artículo 27 todos los elementos que permitirían consolidar la idea de una Universidad Mapuche, de la que por supuesto ni se habla. Todos los párrafos de Bulnes son medidas paliativas y promesas vanas, como lo es el informe completo que le hizo el quite a verdaderas transformaciones que necesita la educación y el sistema. Por lo pronto, se hace urgente seguir fortaleciendo el movimiento estudiantil, seguir generando solidaridades entre el movimiento social mapuche y chileno, con miras a las trasformaciones políticas y económicas necesarias tanto en Chile como en el Wallmapu, porque en definitiva, la conquista de nuestra autonomía no pasará por beneplácitos humanizantes de los poderosos, sino que se generará bajo un movimiento de masas amplio, democrático y plurinacional.

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