Por Nicolas Ruiz - Fuente: eldesconcierto.cl
El libro titulado “Transgénicos: mitos y verdades”, de los expertos internacionales Michael Antoniou, Claire Robinson y John Fagan, fue traducido por Lucía Sepúlveda y es presentado esta semana para los lectores chilenos.
Sepúlveda, periodista chilena e importante voz en el tema de los transgénicos, nos cuenta su mirada de este nuevo aporte al debate y sobre la realidad chilena con respecto a este tema.
¿Qué temas trata principalmente el libro?
El libro lo que hace es analizar el impacto de los transgénicos en el ambiente, en la salud de las personas y en relación con otras temas de importancia mundial, como por ejemplo el cambio climático, el aumento de población en el mundo, y cómo cada uno de esos temas tiene que ver con la promoción que hace la industria biotecnológica de los transgénicos.
Los autores apuntan a deconstruir los mitos que levanta la industria, en el sentido que ésta sería la respuesta al hambre mundial y que cultivar transgénicos es lo que nos va permitir como humanidad sobrellevar el tema del aumento de población.
También se analiza uno de los principales argumentos que esgrime la industria a su favor, y que básicamente dice los transgénicos han sido seriamente evaluados, por lo que es lógico pensar que estamos consumiendo algo que es sano. Pero en el libro se explica cómo son los sistemas regulatorios Estados Unidos y en Europa en realidad, y que en definitiva la “seguridad” de estos cultivos manejados genéticamente es un mito.
Con respecto a este último punto, sólo hay estudios científicos independientes que dicen que los cultivos transgénicos no son seguros, mientras que la mayoría de los estudios dicen todo lo contrario, aunque muchos dicen que éstos son financiados por las propias empresas.
Justamente uno de las cosas especiales de este libro es que cuenta con gran cantidad de fuentes. En cada uno de los siete capítulos que lo componen se desmiente la teoría de que no hay estudios sobre este tema. De cada afirmación que hacen los autores existe una referencia que la respalda.
Esto responde a lo que tú dices, porque cuando hay foros o se publica una nota de prensa en contra de los transgénicos la industria inmediatamente dice que no sabemos nada, que somos ignorantes, que estamos desinformados y que no estamos haciendo uso de la ciencia. Por eso el libro muestra lo que señala la ciencia independiente por un lado, y la ciencia que está ligada a los intereses de la industria. En ese sentido es sumamente ilustrativo.
De hecho, hay un capítulo del libro que ha sido sumamente controvertido, en donde se habla sobre el efecto crónico de los transgénicos en ratas alimentadas con maíz de Monsanto, entre los que se cuentan la aparición de tumores que pueden conducir a un cáncer, efectos en el sistema endocrino, sistema reproductivo, en las tiroides, etc.
Llevando el tema de los transgénicos a nivel local, ¿Cómo ve el tema en Chile y qué faltaría en materia de regulación?
Nosotros hemos incluido un prólogo de lo que ocurre en Chile, porque el libro trata sólo de la realidad en Europa y Estados Unidos. Pero, en el prólogo nosotros hemos hecho una evaluación de lo que ocurre en acá.
Con respecto a la realidad nacional, en el marco de la división internacional del trabajo, Chile es un productor de semillas, y hay empresas que exportan semillas transgénicas al exterior. Eso también tiene un impacto.
Por eso nosotros lo que planteamos es establecer una moratoria a los cultivos transgénicos progresivamente que también acabe con los semilleros, pero sobre todo que éstos no se expandan hacia los cultivos autóctonos. Esto es lo que pretende la industria y lo que al gobierno chileno le gustaría hacer, pero no ha podido porque se encuentra con una férrea oposición. Actualmente hay un proyecto de ley llamado de bioseguridad, que en el fondo es de transgénicos, y que al parecer el Gobierno lo quiere impulsar.
Nosotros lo que planteamos es todo lo contrario, y por eso esperamos que este libro sea una herramienta para que la use tanto la sociedad civil, como la clase política.
Encontramos que hay una total desinformación sobre este tema, y solamente se conoce el discurso de la industria, sobre una supuesta bondad de los transgénicos, una supuesta necesidad de resolver problemas de la agricultura chilena con esto, por lo que éste libro puede aportar a esa discusión.
Nuestro planteamiento, el que recogemos de las comunidades campesinas y también de consumidores, es que el gobierno impulse la agroecología. Es decir, cultivos que se hagan con semillas campesinas, con semillas nativas y tradicionales y que por tanto no utilicen tantos insumos químicos, que son los que producen enfermedades.
Nosotros en ese sentido tenemos un planteamiento redondo, apoyar todo aquello que va afectar positivamente la salud de la población y nos va a poner a tono con las mejores tendencias en el mundo con respecto a alimentación sana. En Europa y China ya han implementado esto hace mucho tiempo, pero en Chile estamos muy atrás todavía, en conciencia y en organización respecto a este tipo de problemas.
Si bien Chile no permite la elaboración y producción de transgénicos, sí permite los cultivos para semillas transgénicas, pero con lo que tenemos no alcanza. De hecho, nosotros tenemos cerca de 140 hectáreas de maíz que sólo alcanzan para suplir el 50 por ciento de la demanda y la otra mitad es importada a través de maíz transgénico ¿Cómo ve este tema y los posibles daños que esto puede ocasionar?
A esto hay que darle una mirada integral. Si hubiera una política de apoyo a la semilla tradicional, campesina y a la agricultura convencional, no se tendría que importar maíz. No faltaría alimento para abastecer la demanda nacional. Además hay que darse cuenta de que no sólo importamos maíz, sino que porotos, lentejas y otros. Es decir, Chile no es autónomo.
Lo que hace el Estado chileno ahora es apoyar la agroindustria, la agricultura volcada a la exportación, y no se preocupa de alimentar a su población interna. Entonces nosotros lo que respondemos es que ese mismo maíz se podría sembrar acá. Pero no se trata de que sembremos transgénicos, sino que haya una política de Estado de apoyo a la reproducción de semillas campesinas, que permitan sembrar las cantidades necesarias para abastecer el mercado local.
Pero claro, hoy en día no existen esas políticas de apoyo para que los campesinos puedan producir con semillas tradicionales. Es decir, el apoyo que ofrece el Prodesal, INDAP, y otros órganos del Estado que promocionan la agricultura campesina, es completamente dirigido a la agricultura de exportación, alta en insumos químicos. Esa es la realidad que nosotros tenemos que cambiar si queremos avanzar hacia la soberanía alimentaria, si queremos ser un país independiente.
Hoy en día cuando vas al supermercado te encuentras con que las lentejas son de Canadá, y Chile era un país productor de buena calidad de lenteja. Antes existía el dicho “chileno como los porotos”, y hoy hasta eso tenemos que importarlo.
Uno no sabe qué va a pasar el día de mañana con los países que nos abastecen de alimento. Por eso nosotros deberíamos tener una política alimentaria que responda a nuestras necesidades y nos haga autónomos, soberanos de lo que tengamos en nuestra mesa.
Con respecto a las soluciones alternativas que usted plantea como la agroecología, huertos urbanos, etc., sus principales detractores aluden que el problema es que con esos medios no alcanzaría porque la producción es mucho menor, y que el problema central es que somos muchos habitantes ¿Qué tienen ustedes que decir respecto a esa afirmación y cuál es el peso real de ese argumento?
El problema del hambre y de la distribución de los alimentos es como el tema de la distribución de los ingresos en cada país. Es decir, tiene que ver con la estructura social, en este caso de la tenencia de la tierra y de las políticas públicas que se refieren a estos temas. Entonces, evidentemente que si no hay un cambio de tipo integral, una mirada abarcadora, la agricultura familiar campesina seguirá teniendo problemas.
Si tú tienes políticas dirigidas a fomentar la agricultura familiar campesina, no tiene ningún sentido lo que dice la industria. Lo que ellos están haciendo hoy día es volcar la producción de todos para exportación.
Finalmente es un tema social y político, y lo que hay que preguntarse es si te preocupas de exportar o de abastecer a la población local. Si la agricultura familiar campesina contara con subsidios, como los que se dan para la agroindustria, sería distinto.
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