Comunicaciones OLCA
LA IGLESIA NO SE DEJA COMPRAR
Carta abierta de Iglesias y Minería sobre la seducción de las empresas mineras
Iglesias y Minería es una red latinoamericana de comunidades cristianas, religiosas y religiosos que, con el apoyo de diversos obispos, de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), del departamento de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) y del Consejo Latino Americano de Iglesias (CLAI), se articula desde hace dos años para hacer frente a los impactos de la minería
[1].
Conocemos de cerca el sufrimiento de muchas comunidades y pueblos tradicionales, asícomo las violaciones a los derechos ambientales y de las futuras generaciones provocadas por los grandes emprendimientos mineros en expansión en nuestro continente. Trata-se de operaciones empresariales contra derechos en violación de la Convención Americana de Derechos Humanos y de los principios de la ONU sobre empresas multinacionales y derechos humanos.
Varios obispos y algunas conferencias episcopales en muchas ocasiones se han pronunciado para apoyar a las comunidades afectadas y han denunciado los conflictos provocados por las compañías mineras, muchas veces con el aval de los Estados nacionales
[2].
La actuación pastoral de las iglesias, al lado de las comunidades y con sus posicionamientos oficiales, ha sido eficaz para demostrar la contradicción del modelo económico extractivista y sus daños a la vida humana y al Planeta. De la misma forma, han contribuido para fortalecer a los pueblos en sus luchas y resistencias, asícomo en la construcción de alternativas.
Las más grandes multinacionales de la minería están intentando organizar estrategias que se opongan a esta actuación y a las denuncias. Incluso aumentando su presencia en los territorios y junto a las comunidades, las empresas no han conseguido seducir a los líderes y a los habitantes más conscientes, organizados en muchos casos en torno a las comunidades cristianas.
Hubo entonces una aproximación institucional: los altos ejecutivos y los mayores accionistas de varias compañías mineras solicitaron una jornada de “retiro”en el Vaticano (en octubre de 2013) y un día de reflexión en Canterbury, para acercarse a la Iglesia Anglicana (en octubre de 2014). También en estos casos, a pesar de encontrar escucha y apertura al diálogo, no consiguieron cooptar a las iglesias y lograr que bendijeran sus operaciones, puesto que las mineras pretenden evidentemente satisfacer intereses económico –financieros y, en la mayor parte de los casos, sus declaraciones formales no corresponden a una práctica efectiva de escucha y respeto a las comunidades en los territorios.
La tercera iniciativa seductora fue lanzada recientemente. Queremos que sea conocida, junto con nuestro más profundo repudio.
”
[4]
, se propone “ayudar a los seminarios teológicos de diversas partes del mundo para equipar mejor a los pastores y líderes de la iglesia para servir a las comunidades afectadas por los proyectos mineros”. Ejemplifica los beneficios que esta iniciativa traerátanto a las empresas como a las iglesias. Propone que las iglesias “piensen teológica, ética y litúrgicamente sobre la minería, a nivel local e internacional”.
Sobre esta iniciativa, queremos expresar nuestra posición:
Repudiamos la invitación para que la iglesia realice una alianza con las empresas mineras. Releyendo el documento redactado con ocasión del “retiro”en el Vaticano, queda aún más claro lo que las empresas entienden por esta alianza: Ellas se preguntan “¿Cómo es que la industria minera puede causar una mejor impresión?”y un empresario declara que su expectativa es que “un líder de opinión de la estatura de la Iglesia Católica (…) ayude a informar a la población a nivel global acerca de los progresos significativos hechos en el sector de la minería”.
No es papel de las iglesias convencer a sus fieles sobre la bondad de un emprendimiento. También es absurdo pensar que simplemente quepa a la iglesia “servir a las comunidades afectadas por los proyectos mineros”. La iglesia (cf.GS1) asume los dramas, las esperanzas y las reivindicaciones de los más pobres y de las víctimas de una economía que tiende a descartar cada vez más personas (EG53) y que estácomprometiendo definitivamente el equilibrio de la Creación. El deber de las empresas, sometidas al control del Estado, es obtener el consentimiento previo de las comunidades antes de instalar un emprendimiento, garantizar condiciones adecuadas para su licenciamiento, evitar daños sociales y ambientales, pagar impuestos al Estado para sus políticas sociales y multas por cada violación provocada. Y es haciendo esto, y no sugiriendo otro tipo de financiamiento o alianza, que obtendrán nuestro reconocimiento como actores responsables.
Reconocemos la importancia del diálogo entre las comunidades cristianas y las empresas mineras. Estamos buscando cotidianamente ese diálogo (muchas veces en vano) en los más diversos contextos locales de conflicto, donde las comunidades denuncian violaciones concretas y presentan reivindicaciones específicas. Es allíque debe comenzar el diálogo; allíse mide la real disposición de las empresas con las comunidades. Los agentes pastorales no necesitan de la formación de las mineras para ejercer con competencia la mediación de este diálogo.
Financiar iniciativas en conjunto con los seminarios teológicos nos parece una estrategia para cooptar a la iglesia, utilizarla en beneficio de los intereses de las mineras y dividirla, debilitando su papel de “abogada de la justicia y defensora de los pobres”(Papa Francisco
[5]
). Las empresas, en lugar de destinar dinero para reparar todos los daños denunciados por las comunidades, invierte en proyectos de propaganda o en actividades que apuntan a apoyar económicamente a los líderes de los movimientos sociales, sindicatos o pastorales, con el evidente objetivo de reducir la crítica no a través del cambio, pero sípor la cooptación de quien la levantó.
Invitamos, entonces, al Pontificio Consejo de Justicia y Paz, a las Conferencias Episcopales, a las iglesias hermanas reformadas, a los/as teólogos/as, a las organizaciones cristianas empeñadas en la defensa de las comunidades afectadas por las violaciones a los derechos socioambientales y a las personas de buena voluntad, a manifestar con nosotros su repudio por otra iniciativa de cooptación de las grandes compañías mineras.
Continuaremos humilde y persistentemente nuestro acompañamiento a las comunidades: es en ellas y por ellas, cada vez más conscientes, protagonistas y enraizadas en la defensa de sus territorios, que se viene construyendo el Reino de Dios.
Iglesias y Minería, abril de 2015.
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