mardi 25 août 2009

Pérez Yoma: el displicente, brutal y senil Ministro de Interior de Bachelet (Por Fernando Villegas)

La "nueva narrativa" chilena, tan llena como está -desde los tiempos de "El Entusiasmo" de Antonio Skármeta- de historias de trémulos jovencitos en busca de su destino y también -desde los tiempos de las Obras Completas de la Serrano- de señoras cuarentonas descubriendo tardíamente su corazón, sin duda le queda chica a don Edmundo.
Para hacerle justicia se requeriría la literatura de un Eduardo Barrios, de un Jorge Edwards u otros próceres del oficio adiestrados en la caracterización de personajes de gran calado. Pero es difícil; hoy casi no se producen personajes así. Son reliquias vivientes, vestigios de antropologías en extinción.
Hoy la industria manufacturera de chilenos sólo evacua flaites, fenicios de cuello y corbata, manadas de sensibilidades alternativas y tipos políticamente tan monofónicos en su discurso que o únicamente son "combatientes" y "comandantes" o profesan discursos políticamente correctos y/o el evangelio del mercado con los ojos en blanco y sin mucha inteligencia.
Fulanos capaces de ser al mismo tiempo energúmenos y refinados, progresistas y conservadores, brutales y suaves, arrogantes y humildes, grandes y pequeños, abstemios a ratos y bebedores fuertes la mayor parte del tiempo, vacilantes y firmes, de izquierda y derecha, todo simultáneamente, duros como piedra y blandos como sustancia de Chillán, me temo que ya casi no los hay.
Vuestro Servidor sólo ha conocido dos prototipos del género, aunque podría haber más en "La Isla del Doctor Moreau": me refiero a Sergio Onofre Jarpa y a nuestro perfil de hoy, Edmundo Pérez Yoma.
Con ambos se tiene la sensación de encarar un cacique rural de viejo cuño, el Gran Señor y Rajadiablos que pintaba Barrios en novela del mismo nombre, benevolente y amable si no se le picanea, atropellador y aplastante si sucede lo contrario.
Si acaso fuera obligatorio elegir sólo un adjetivo para calificar a los Pérez Yoma de este mundo, sería el siguiente: la displicencia.
La displicencia es un aire y actitud de desdén o descuido por los asuntos y personas que se deben tratar, aunque menos por voluntaria descortesía que por indiferencia casi total por las minucias y los modales; el displicente no se interesa por los detalles y a veces tampoco por la verdad, menos aun por los "precedentes"; lo que haya dicho o hecho que se le pueda sacar en cara porque ni lo hizo ni lo dijo o lo hizo y dijo diferente, bien poco le importa no tanto porque sea mentiroso, sino porque en el trasfondo de su despreocupación alienta un profundo, insondable escepticismo, una incredulidad total por palabras, cifras y conceptos, a todos los cuales apenas concede valor.
Su fe, de tenerla, la ponen en salir adelante -y como sea- con los asuntos prácticos entre manos, si es preciso haciendo uso de alguna brutalidad, si es necesario sin escrúpulos y en todo caso no perdiendo de vista una suerte de Bien Superior que suele ser, en la mirada de estos magnéticos energúmenos, mantener el orden de las cosas.
Hombres así no se atormentan mucho por nada ni ponen las manos al fuego ni siquiera por ellos mismos. Pueden desdecirse con la mayor facilidad, dar cualquier respuesta para salir del paso, olvidarse o simular olvido de lo que no les conviene. Desprecian las doctrinas y los doctrinarios, los luchadores de esto y aquello, los "idealistas" a tiempo completo. Prefieren llegar a tratos con canallas y maleantes que siquiera compartir un pisco sour con un evangelista.
"Ni más, ni menos…."
Todo eso está abundantemente presente en don Edmundo, como lo tienen claro, hoy, las gentes asociadas directa o indirectamente al tema mapuche.
Sobre este particular La Tercera ha detectado al menos seis "imprecisiones" de don Edmundo soltadas con cierto desparpajo. No las vamos a repetir aquí, pero casi todas muestran la misma falta de prolijidad, desmemoria, ambigüedad y cierto cinismo.
En el incidente a papelazos con un representante de la UDI, don Edmundo también reveló, en el Congreso, otro rasgo notable de estos temperamentos olímpicos, a saber, la impaciencia.
La misma conformación temperamental que los lleva a descuidar y/o desinteresarse por los detalles y el aspecto -por así describirlo- burocrático y administrativo de la vida, los hace poco pacientes con el prójimo que viene precisamente a hacerles reproches en ese plano.
No es con papelitos que Pérez Yoma va a reconocer o ceder un punto. Pérez Yoma tiene o cree tener claro lo principal -el buque madre- del tema mapuche y en eso concentra sus acciones; todo lo demás, las quejas de un agricultor o de una machi, lo tienen sin cuidado y las considera pendejadas.
Lo mismo vale para cualquier otro asunto que le caiga en el regazo. Como cierto personaje de una antigua película relativa a un lúcido y cínico líder militar, Pérez Yoma posiblemente se guía por el motto "Hay que hacer lo que es necesario, ni MAS, ni MENOS".
De hecho, esta concentración en lo que consideran central -ya sea que tengan o no razón en ello- es fuente inextinguible de cierta irascibilidad e irritabilidad, la cual suele estar un milímetro por debajo de la bonhomía y despreocupación que estos fuertes temperamentos manifiestan en primera instancia.
La despreocupación es auténtica, pero sólo con los asuntos o temas que consideran secundarios, no con quienes insisten en ponérselos delante de las narices; sienten, estos personajes, que su inteligencia les ha develado ya la esencia del asunto y el modo de tratarlo y entonces no tienen interés en cuestiones secundarias que pudieran desviar su mirada; de ahí lo mucho que detestan los caracteres opuestos al suyo, los pedantes adheridos al papeleo, a los reglamentos, a los precedentes, los procedimientos debidos, el qué dirán, los modales, las jerarquías, el escalafón, las reverencias y los timbres de agua.
Por lo mismo desprecian a los charlatanes voceadores de principios, a los doctrinarios y a las buenas conciencias que hacen gala de jamás ensuciarse las manos.
Los Pérez Yoma tienen claro, además, que después de haber hecho lo que debe hacerse serán, una vez resuelto el tema, enjuiciados, denostados y quizás crucificados. En breve la "sutileza", entendida como el arte de no molestar a nadie no es virtud de Pérez Yoma y sus hermanos de leche.
Afeitada con cemento
Sin embargo, siendo un carácter intrínsecamente contradictorio, en la conducta de Pérez Yoma no se excluye que su disposición a la rabia -si un fulano se le pone por delante- sea reemplazada, en otras ocasiones, con tal despreocupada indolencia e indiferencia que simplemente suelte una risa.
En esas oportunidades a PY, más empapado que nunca en su escepticismo medular, simplemente el asunto le importa un rábano. En esos casos su talante me recuerda el de mi abuelo Alberto Villegas, autor de la inmortal frase: "¿A quién le va a importar esto dentro de 10 mil años?". Son días en los que nuestro hombre se ha afeitado con cemento y con impasible expresión, sin mover ni una ceja, es capaz de decir lo indecible, negar lo evidente y afirmar lo inexistente. Y luego reír.
Tal vez muchos de estos rasgos sean más notorios en "la privada". Mis espías, puntuales y precisos, así me lo han revelado.
En confianza, en su círculo, Pérez Yoma no suele guardar ni siquiera los mínimos escrúpulos verbales que la vida pública exige; es frecuente que despache la legitimidad y credibilidad de sus oponentes con un simple "ese weón es maricón". ¿No lo hacemos todos, sólo invirtiendo los términos?
Su brutalidad verbal no es tan extraordinaria si es comparada con la del ciudadano de a pie; sólo destaca como impropia en el melifluo ambiente de la política, tan repleta de intrigantes, de vasallos y de hipócritas. Eso mismo lo convierte en blanco de toda laya de rumores instigados por la mala leche, principal producto de la industria nacional.
Y entonces se le pone de protagonista de toda clase de pilatunadas, desde correr ilegalmente cercos en sus presuntas o reales propiedades rurales hasta poner vigilancia policial sólo en sus "dachas". Es inevitable: nadie de ese calibre sale inerme de entre los filosos dientes de la maledicencia nacional.

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