samedi 14 juin 2014

Algo sobre deportes, fútbol y juegos ancestrales

Ayer, en Brasil, se dio inicio a la más grande fiesta deportivo–comercial del planeta, en la que, sin ninguna duda (como siempre), saldrán a flote los más atávicos nacionalismos y las más repugnantes expresiones patrioteras y, al mismo tiempo (además de las “palizas” que le darán a la lengua de Cervantes los “periodistas deportivos”), tendremos que tragarnos los “espacios publicitarios” de una bebida (tóxica, utilizada como fungicida en India) que contiene bastante cafeína sintética y tantos ácidos edulcorantes que ningún veterinario serio recomendaría o recetaría para el consumo de animales.
 Palin_mapuche

En los párrafos que siguen, se intenta platicar a propósito de los deportes en general y, en particular, de un memorable partido de palín que se debe recordar como un evento deportivo que tuvo más significación que el actual campeonato mundial del fútbol.

Por Mario Ibarra

La larga historia.

Los deportes y los juegos han hecho parte de la vida de la especie humana desde hace varios miles de años y existen evidencias para afirmar que –inicialmente– estuvieron relacionados con las –en esos tiempos– principales actividades (pesca, caza y/o recolección); algunos petroglifos (en todos los continentes) han sido interpretados como referidos a deportes. Posteriormente, se institucionalizaron socialmente y tenemos antiquísimas descripciones (relatos escritos y dibujos) de deportes y juegos y, además, conocemos algunas leyendas que narran gestas, proezas o hazañas deportivas.

Chinos y egipcios nos legaron tratados sobre algunos deportes y juegos. Los griegos dedicaron a todos sus dioses su más grande y solemne competencia deportiva. Mayas y aztecas nos dejaron, en herencia, “campos de juego” a los que hay que agregar leyendas, dibujos, grabados y textos de sus prácticas deportivas. Las estepas asiáticas engendraron “deportes ecuestres” y, en India, los ingleses se aficionaron al polo.

Los europeos “descubridores” de las islas del Pacifico Sur dejaron testimonios de los “deportes acuáticos” que practicaban “los salvajes”; el surf (y sus variaciones) nació allí; las competencias de remo, natación y otros deportes eran fiestas–ceremonias que, algunas veces, congregaban deportistas y gente de archipiélagos bastante lejanos.

Deportes y caucho.

Para los pueblos indígenas del continente americano, “la tradición deportiva se remonta mucho tiempo atrás y las proezas atléticas siempre fueron motivo de orgullo[;] cuando llegaron los europeos [… los indígenas] practicaban centenares de juegos al aire libre, de los cuales algunos podían tener hasta 200 participantes…”. (Côté, Louise, “La generosidad indígena”, pág.121). Los cronistas españoles y –posteriormente– viajeros y científicos del período colonial describieron (admirativamente o para condenar) algunos deportes y juegos de dichos pueblos.

Actualmente, la mayoría de los antropólogos afirma que todas las culturas indígenas del planeta tienen (vía creación, adopción o adaptación) deportes y/o juegos que los identifican. Algunos historiadores deportivos aseveran que los deportes que, en nuestros días, utilizan bolas o pelotas “rebotantes” serían distintos o no existirían si los pueblos indígenas del continente americano no hubieran descubierto el caucho (del kechwa “cauchuc”) o hule (del náhualt “ulli”) que –haciendo incisiones– obtenían el látex de diferentes especies de heveas para confeccionar bolas o pelotas.

El palín como expresión cultural mapuche.

En esta “loca geografía”, el “palín”  (“paliñ” en algunos lugares y “palicán” según varios cronistas) es uno de los deportes propios del pueblo mapuche; los españoles (que lo designaron “chueca”, asimilándolo a un deporte practicado en España, probablemente de origen árabe), en varios escritos, dicen que “los naturales del Reyno de Chille” son muy aficionados.

Del período colonial, ciertos cronistas e historiadores nos dejaron algunos dibujos y descripciones más detalladas. Investigadores posteriores –basándose en textos coloniales– avanzaron una interpretación afirmando que se trataba de un simulacro de guerra. Estudios del siglo pasado (teniendo en cuenta los escritos anteriores e investigaciones en terreno) mencionan que –como deporte– está claramente reglamentado, es más que evidente su rol social y están claras sus dimensiones simbólico–religiosas.

En una crónica escrita en 1558 se puede leer que los mapuche “son muy grandes jugadores de chueca”. (Vivar de, Jerónimo, “Crónica de los reinos de Chile”, pág.267). En 1776, un historiador afirma que “el palicán, que los españoles llaman chueca, se asemeja al ‘alpasto’ o ‘esferomaquía’ de los griegos y al juego del ‘calcio’ de los florentinos; este juego tiene toda la apariencia de una batalla ordenada […]”. (Molina, Juan Ignacio, “Historia natural y civil de Chile”, pág.147). En 1845, Claudio Gay en su “Historia física y política de Chile” incluyó algunas láminas que dejan constancia de la práctica de este deporte.

El palín tuvo algunos “encuentros” con el poder y la iglesia; así, en 1626, las autoridades coloniales lo prohibieron porque consideraban que era violento e impusieron duras sanciones a quienes lo jugaran y, en 1764, el Sínodo de Santiago lo denunciaba porque –según la iglesia católica– era promiscuo ya que era jugado tanto por hombres como mujeres. No obstante las prohibiciones o las denuncias, el palín se siguió jugando y, el 24 de junio de 2004, fue reconocido como deporte nacional.

Como herramienta o mecanismo resolutorio de conflictos está establecido que se iniciaba con una ceremonia religiosa y servía para dirimir controversias entre comunidades o grupos; también era significativo en sus aspectos recreativos y como demostración (individual y colectiva) de destreza. El triunfo de un equipo, otorgaba a la comunidad o grupo que éste representaba el derecho a tomar una decisión con respecto a la discusión, diferendo o controversia que había sido la razón de la convocatoria al palín.

Una invitación o desafío a jugar una partida reforzaba alianzas y relaciones entre comunidades; la comunidad organizadora se encargaba de los aspectos ceremoniales y de la comida de los invitados, pues, finalizado el juego había una fiesta.

Pascual Coña establece la diferencia entre el que jugaban los niños y el que practicaban los adultos y afirma: “Antes los mapuches tenían mucho apego al paliñ. Mediante este juego decidían, a veces, sus asuntos: Decían: ‘Nosotros juzgamos que este asunto debe ser así, pero vosotros decís no, al contrario. Haremos un paliñ; el asunto será conforme a lo que diga el partido que gane’”. (Coña, Pascual, “Testimonio de un cacique mapuche”, pág.29).

Hoy, el palín –como uno de los deportes que identifica al pueblo mapuche y una de sus expresiones culturales– sigue manteniendo sus rasgos sacro–ceremoniales y su carácter deportivo–festivo; es un momento de alegría compartida entre hermanos, familiares y amigos donde no falta el anciano que entra a jugar –un momento– con sus nietos.

Un investigador, abordando los aspectos “no visibles”, dice: “El juego […] no es solo por diversión y/o entretención, es más que eso, consiste también en un momento de reencuentro con el espíritu de las fuerzas superiores, quienes velan por nuestra salud y bienestar. Una vez finalizado el juego, los contrincantes […] comienzan a consumir alimentos que se han llevado [… para la ocasión,] allí se sella entonces el principio de amistad y reciprocidad”. (Curiñir, Hernán, “Compendio y agenda de la historiografía mapuche”, pág.48).

El gran partido de palín.

En el año 1780, en el territorio mapuche, se jugó un partida de palín que –por su emoción y lo que se jugaba– debería figurar en “The Guinness book of records”.

Recién se había realizado el Parlamento de Lonquilmo que –entre otros asuntos– suprimía los embajadores mapuche acreditados en Santiago y permitía el “libre paso”, por el territorio mapuche, de los predicadores.
En contra de la opinión de las autoridades políticas y militares, el obispo de Concepción Francisco de Borja José de Marán decide visitar “su diócesis” y viajar, por tierra, a Valdivia para continuar, en barco, hasta Chiloé. El retrato del obispo (Encina, F., Castedo, L., “Resumen de la historia de Chile”, T.I., pág.315) nos hace suponer o pensar que era un personaje bonachón, bueno para comer prietas con ají, causeos con ajos y sopaipillas, además de ser aficionado a tomar mate “con malicia” y paladear buenos mostos.

Según algunos historiadores, Su Eminencia, que era un hombre refinado, viajó con un equipaje “tasado en más de $30.000, en ropa, víveres y objetos para regalar […]”, (Ibídem), rechazó la escolta armada que le propusieron las autoridades y salió de Concepción el 28 de octubre y, el 19 de noviembre, entró en tierras mapuche, al parecer, no concernidas por el parlamento ya mencionado.

Viajaban con el obispo “el intérprete general Juan Antonio Martínez, cinco eclesiásticos y numerosos sirvientes y arrieros[;] desde Arauco, lo acompañaban cuatro dragones, al mando de un sargento, que no llevaban armas de fuego y varios capitanes de amigos[;] la comitiva constaba, en total, de 50 cincuenta individuos, pero, por su composición y carencia de armas, no constituía una fuerza militar apreciable”. (Encina. F., “Historia de Chile”, T., VIII, pág.48). Una cuantiosa recua de mulas transportaba el equipaje. Un historiador dice –escuetamente– que el obispo Marán, “al intentar dirigirse a Valdivia por el interior del territorio [mapuche] fue objeto de un asalto y saqueo de su bagaje”. (Eyzaguirre, Jaime, “Historia de Chile”, pág.288).

El 28 de noviembre, como a las dos de la tarde, pasado el río Tirúa, en un lugar llamado Tapihue, la comitiva tomó un descanso, pero,  “pelotones de [mapuche] armados de lanzas y de cota, saliendo de un bosquecillo inmediato, se precipitaron sobre los bagajes[;] los sirvientes huyeron a la desbandada, dejando solos a los dragones, que hicieron frente a los asaltantes […] dos murieron en el primer choque […] los restantes tuvieron que ceder el campo ante el número de agresores[;] mientras, los asaltantes se repartían los bagajes y los caballos, el obispo y su comitiva permanecían como paralizados, hasta que el cacique Tripilauquén y otros [mapuche] que estaban con ellos, gritaron: ‘Revolvámonos, señores, somos perdidos, si no logramos salvarnos en la fuga’[;] el obispo y parte de su comitiva pusieron espuelas a sus caballos y mulas, con rumbo a Tirúa, perseguidos por algunos [mapuche], que se contentaron con adueñarse del resto de los bagajes[;] los demás se ocultaron en los bosques vecinos”. (Encina, F., op.cit., págs.48–49).

Recompuesta gran parte de la caravana, la idea de dirigirse (haciendo un rodeo) a La Imperial se vio frustrada porque había un levantamiento mapuche y los religiosos de las misiones instaladas en el –eventual– camino, habían huido al Sur. “El 3 de diciembre, llegaron a las tierras de un cacique amigo, llamado Curomilla, que puso empeño en salvarlos” (Ibídem, pág.49). Las negociaciones que entabló Curomilla con otros grupos mapuche fueron infructuosas y no logró que garantizaran el libre paso del obispo y su séquito, entonces se acordó jugar una partida de palín: si ganaban los mapuche amigos del obispo, éste quedaría vivo y podría continuar su periplo; en caso, contrario, los huesos y la barriga de Su Eminencia quedarían en territorio mapuche.

El prelado “se confesó y se dispuso a ordenar su testamento[;] entretanto, los mocetones de Curomilla perdían la primera partida del juego[;] los acompañantes del obispo, siguiendo su ejemplo, empezaron también a disponerse para el martirio […] en la segunda partida, resultó vencedor el bando de Curomilla[;] las esperanzas de los españoles renacieron. Empezó la partida de desempate[;] en medio de una ansiedad mortal, los [… miembros de la caravana] seguían los golpes de chueca de que pendían sus vidas. El triunfo coronó, por segunda vez, los esfuerzos del bando amigo; y los vencidos, cumpliendo lealmente el compromiso, dieron paso franco al obispo y a toda su comitiva. El 6 de diciembre, casi a las puertas [del fuerte de] Arauco, se les reunió un grupo de milicianos, destacados en su auxilio, y el día 9 entraban a Concepción”. (Ibídem).

Aunque los historiadores no lo dicen, se puede sospechar cuál era el equipo que contaba con las terrenales simpatías del obispo y, a falta de evidencias probatorias, sería ocioso conjeturar sobre el nombre de la marca de muday que auspició el evento. Además es preciso y urgente advertir que si un “mal rebote” o un “pique en falso” de una pelota nos deja fuera del campeonato mundial de fútbol no es razón para que los fiscales del Ministerio Público de la IX Región culpabilicen a los pueblos indígenas de este continente porque –hace unos cuantos siglos– descubrieron la utilidad del caucho.

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