jeudi 5 juin 2014

El magnate de la prensa chilena con las manos manchadas de sangre

“El Mercurio Miente”. Esta es una frase impregnada en el inconsciente colectivo chileno producto de un cartel callejero de universitarios de la Feuc en el año 1967 que apuntaban a los titulares alarmistas y contrarrevolucionarios del pasquín con páginas grandes conocido como “El Mercurio”, propiedad deAgustín Edwards Eastman y que acusaba cual cacería de brujas que los ideales de una educación pública y gratuita para el pueblo chileno, era una simple orquestación del marxismo internacional y un atentado contra la democracia que la clase conservadora siempre ha jurado de guata que le pertenece y la defiende.

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Por Sergio Cárdenas Riquelme

El Ciudadano 

“El Mercurio” apunta al cielo haciendo cruces definiendo su línea editorial como “objetiva y sagaz” y principalmente defensora de la “libertad de expresión como pilar fundamental de la democracia”. Cuando los jóvenes universitarios colgaron el cartel con la consigna antimercurial ese año 67 un 11 de agosto, daban luces de la manipulación subjetiva y con claras intenciones de informar lo que a su dueño le convenía. Fue un anuncio de la mano tosca y traidora de Agustín Edwards que utilizó la tribuna de la expresión como una forma de salvar sus innumerables empresas que estaban al borde de la quiebra y que no vendió su alma al diablo porque el diablo no transa con gente que carece de alma.

Agustín Edwards Eastman, por esos años uno de los hombres más ricos de Chile, dueño de un banco, una compañía de seguros y una larga lista de empresas se encontraba en una encrucijada económica respecto al futuro de un gobierno socialista encabezado por el presidente Salvador Allende, quien en más de una oportunidad declaró fervientemente que las ideas fascistas que cimentaban la línea editorial del diario no tenían cabida en su idea de gobierno y por lo tanto recortaría drásticamente los dineros del Estado que se inyectaban a esa publicación en forma de publicidad. Agustín tenía que sobrevivir.

Por suerte, Edwards Eastman no sólo tenía contactos en la élite patronal chilena, además era compadre con el presidente de la multinacional PepsiCola, Donald Kendall, quien a su vez tenía influencia directa en el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon (Kendall fue financista de la carrera política de Nixon), y por lo tanto una línea abierta para plantear una estratagema directa para salvar su integridad económica a costa de un conflicto ciudadano. El presidente de Paz Ciudadana decide salvar su culo a costa de una guerra civil en Chile.

Edwards comenzó a realizar lobby en EE.UU. antes que Allende fuera elegido en 1970 como presidente de la República. Les tocó el lado sensible a los gringos y les advirtió que en su patio trasero había un desorden auspiciado por el marxismo internacional. En marzo de ese año le dijo al magnate David Rockefeller que “los Estados Unidos deben prevenir la elección de Allende”. De esta manera Edwards Eastman se había convertido en un colaborador directo de la inteligencia norteamericana de alto nivel. Un agente de la CIA enLatinoamérica con llegada directa a la Oficina Oval.

Un día antes de elegido Allende el embajador Edward Korry cablegrafió desde Santiago que Edwards le dijo: “Invertí todas mis ganancias de años en nuevas industrias y modernización que se estropearían si Allende gana”. Korry apostaba a que al día siguiente vencería Jorge Alessandri, pero ganó la Unidad Popular con el 36,3%. Días después, Edwards llamó al jefe local de la CIA en Santiago, Henry Hecksher, para obtener una reunión más privada con Korry, fuera de la embajada. Korry evoca “… quiso hacerme sólo una pregunta: ‘Militarmente, ¿Hará algo el gobierno de EE.UU. -directa o indirectamente ?’’. Hacer algo militar directamente significa invasión. Korry dice hoy que “mi respuesta fue ¡No!”, (Seymour Hersh, “El Precio del Poder”).

Cuando Allende asumió el 3 de noviembre de 1970, Edwards ya discutía con la CIA una estratagema para una posible acción militar que impidiera la gobernabilidad de un socialista en La Moneda.

En cuanto ganó Allende, Edwards se autoexilió en Estados Unidos. Su hermana Sonia quedó a cargo de El Mercurio (una mujer de izquierda admiradora del presidente Allende), un “veranito de San Juan” mientras Agustín coordinaba con Nixon un golpe de Estado en Chile.

Entre el 5 y el 20 de octubre de 1970, Agustín hace de puente con la CIA y con 21 oficiales de las Fuerzas Armadas y de Carabineros. De acuerdo al Informe de la Comisión Church: “A todos aquellos que estuvieran dispuestos a ejecutar un golpe de Estado, se les aseguró apoyo al más alto nivel del gobierno norteamericano; con anterioridad y después de un eventual golpe”, (Informe Acción Encubierta en Chile: 1970-1973′, del senador de Idaho, Franck Church, presidente de un comité de 11 senadores de Estados Unidos que investigó en 1974 la intervención en Chile).

AYUDÁNDOLO CON LAS DEUDAS Y LA DEFENSA DE LA LIBERTAD DE PRENSA

Mientras movía la bolita contra Allende, aprovechó de sacarles plata a los gringos, el gobierno de Nixon autorizó casi dos millones de dólares para fortalecer El Mercurio, una suma estratosférica en el mercado negro de la época. Un cable secreto de la CIA de mediados de 1973 identifica a El Mercurio como “el partidario más ferviente de la oposición”.

Tres días después de instalado Allende en La Moneda, Nixon emplazó (6 de noviembre) a su Consejo de Seguridad Nacional a discutir una mejor estrategia para herirlo. ¡Derróquenlo! recomendó su secretario de Estado, William Rogers. Kissinger, entonces consejero de seguridad nacional, presentó cinco puntos diseñados por la CIA para desestabilizar la capacidad de Allende de gobernar. El número 4 se titula “Asistencia a ciertos periódicos usando a los medios de comunicación de Chile capaces de criticar al gobierno de Allende”.

Cuando Allende asumió el 3 de noviembre de 1970, Edwards ya discutía con la CIA una estratagema para una posible acción militar que impidiera la gobernabilidad de un socialista en La Moneda.

La ayuda a los medios de comunicación del grupo Edwards empezó antes que asumiera Allende. Una tarde de septiembre de 1970 altos funcionarios de la Administración Nixon hablaban en secreto ante las compañías estadounidenses y las instituciones financieras “para hacer reventar la economía de Chile”, según las instrucciones del Presidente. El embajador Korry intercedió ante uno de los acreedores gringos de El Mercurio, First NCB, para que fuera indulgente con las deudas de Edwards. “He hablado con el gerente de First NCB”, informó Korry en un mensaje Top Secret del 25 de septiembre. “¿Por qué están poniendo a El Mercurio contra la pared? Le dije que no me gustaría informar a la Casa Blanca de esta acción extraña que podría tener sólo el efecto de amordazar a la única voz libre de Chile”. Korry aseguró que el gerente “cambiaría rápidamente su melodía con El Mercurio”.

Para variar, El Mercurio estaba en dificultades financieras con sus acreedores. Las instrucciones de Nixon de “reventar la economía” y de un asedio invisible contra las transacciones económicas bilaterales y multilaterales en Chile también afectaban la salud financiera de los grandes negocios. La fortaleza del sindicato izquierdista del diario (Auspiciado por su hermana Sonia) y el recorte del flujo de publicidad del gobierno dieron ideas a Edwards para “denunciar” inexistentes intentos de cerrar deliberadamente los medios de comunicación de oposición. La libertad de prensa fue entonces el tema número uno en los ataques de la propaganda de la administración de Nixon contra Allende.

A comienzos de septiembre de 1971, un emisario de El Mercurio se acercó a una oficina de la CIA en Santiago a pedir fondos. El día 8, la CIA pidió un millón de dólares al Comité de los 40 -la agrupación secreta de altos funcionarios liderada por Kissinger para vigilar las “operaciones encubiertas”. El Mercurio podría así sobrevivir uno o dos años. La CIA aseguró que “sin ese apoyo financiero el diario cerraría antes de fin de mes, aunque este cierre sería por razones económicas”. También afirmaba que “no hay ninguna duda que estos problemas financieros han estado inspirados políticamente”.

Los documentos muestran que Nixon autorizó personalmente los primeros fondos encubiertos por 700.000 dólares, el 14 de septiembre de 1971. Kissinger le dijo a Richard Helms (Director de la CIA en esa época) que el Presidente estaba dispuesto a más, con tal de “mantener el periódico”. La fuerza de la decisión presidencial estimuló a Helms a autorizar a la División CIA Hemisferio Occidental a “exceder los 700.000 dólares, incluso por encima de U$S 1.000.000, para garantizar el almacenamiento de papel supuestamente escaso” (700 mil dólares iniciales a El Mercurio ‘para asegurarle el papel’, fabricado entonces por La Papelera del grupo Matte y Jorge Alessandri y falsamente amenazado por Allende y ‘las obstrucciones obreras”). En otra decisión, al parecer, guardada confidencialmente por los investigadores del Senado en 1974-75 y tachada cuando la CIA y el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) la desclasificaron, Kissinger aceptó personalmente una entrega adicional por 300.000 dólares.

Tanto dinero no era suficiente para saciar la voracidad del diario de Edwards. En abril de 1972, la CIA pidió otro ‘adicional’ de 965.000 dólares con el argumento burdo que Allende seguía amenazando el flujo de papel, cuando el problema real era la insolvencia financiera de la empresa. Otro memorando secreto informó a Kissinger que se trataba de ‘un préstamo’ para cubrir el déficit mensual de la publicación hasta marzo de 1973 y ‘mantener un fondo de contingencia para [tachado], emergencias como requisitos del crédito, nuevos impuestos y otras deudas bancarias que podrían conocerse a corto plazo’.

Según los argumento CIA, ese dinero era ‘esencial’ para que El Mercurio favoreciera a los candidatos de oposición respaldados por la agencia en las elecciones legislativas de marzo de 1973, donde Allende obtuvo más del 40% del apoyo popular. El nuevo jefe de la división Hemisferio Occidental, Theodore Shackley, insistió en que debería asegurarse ‘la existencia continua del papel para los propósitos políticos’.

Un memorando de conversación, del 15 de mayo de 1972, entre el CIA Jonathan Hanke y el ITT Hal Hendrix, da cuenta de un depósito por 100.000 dólares a favor de Edwards. [Hendrix] ‘me dijo que el dinero para el grupo Edwards pasó por una cuenta suiza’, informó Hanke a sus superiores. Los agentes de la CIA lo escribían todo.

Lo que sigue es historia conocida, producto de la sangre y el fuego al que fueron sometidos nuestros compatriotas, patrocinados por Agustín Edwards y su diario del terror “El Mercurio” que encabezó el trabajo sucio de preparación psicológica y mediática del golpe de Estado patrocinado por los civiles y ejecutado por los militares se cuentan los peores horrores conocidos por la humanidad en el siglo XX. En nombre del capitalismo, el nacionalismo y la religión, Agustín creo un estereotipo neoliberal que respaldó a la élite conservadora chilena e identificó a los distintos como desviados y en manos del fascismo los entregó a las manos de la extinción mientras él terminó salvando sus empresas de la bancarrota.

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