Movimientos y organizaciones impulsan acciones dirigidas a
promover cambio en formas de alimentación / La tenencia de territorio o agua,
los marcos legales, la presión del “paquete tecnológico” de las multinacionales
agrícolas, las formas de capacitación agroecológica dentro de los movimientos,
la autonomía de semillas e insumos agrícolas, el cambio climático, el consumo
alimentario de las grandes ciudades, el acopio y distribución de los productos,
las redes de comercialización, el nivel de movilización social frente a los
transgénicos, todos son indicadores, condicionantes unos, potenciadores otros,
que en muchos casos están evolucionando en positivo y mostrando crecimientos en
soberanía alimentaria.
Por Juan Nicastro
Noticias Aliadas
En el marco de la actual realidad latinoamericana, vistos los efectos de las dictaduras y de la oleada neoliberal de la década de 1990, podemos observar que llegar a la soberanía alimentaria es una transformación social compleja que no se resume en cuestiones de producción agrícola. Es un proceso llamado a motivar o acompañar profundos cambios en las formas de alimentación, de organización entre las personas y de relación humana con la tierra. Si bien el concepto ha ganado en publicidad, para grandes sectores —sobre todo urbanos— la soberanía alimentaria es todavía un problema de campesinos. Releyendo el listado inicial, se ve la mayor complejidad.
A continuación veremos algunos pocos ejemplos, situaciones que se multiplican en distintos rincones del continente y donde se reflejan varios de esos desafíos:
— En la céntrica ciudad de Córdoba, Argentina, ha surgido un nuevo grupo de activistas por la soberanía alimentaria, el Movimiento de Agricultores Urbanos. Plantean que es vital un cambio desde las ciudades. Matías Sánchez, uno de sus integrantes, explica a Noticias Aliadas que “frente al plato de comida que en la ciudad vamos a comer, debemos admitir tres situaciones graves: una es el precio, es caro, producto de especulaciones globales antes que verdadera relación con la producción. Otra es que no tiene sabor genuino, su selección se basa en valores estéticos, publicitarios o ubicaciones en las góndolas de los supermercados, y no con lo nutricional. Y lo tercero es que está intoxicado, viciado de químicos en todo su proceso, producción, acopio, conservación, envase. Nosotros además de plantear recuperar una buena alimentación y que sea accesible, queremos ser consumidores responsables y, de a poco, también productores. Es necesario que la ciudad reaccione”.
—En Paraguay, la comunidad El Triunfo, en el oriente del país, es una de las 36 ocupaciones de tierra, unas 7,000 Ha en total, que la Asociación de Agricultores del Alto Paraná (ASAGRAPA), realizó hacia 1989. El Triunfo cuenta con 900 Ha que son desde el 2002 propiedad colectiva de la comunidad. Parte de esa tierra es de uso colectivo —tienen dos escuelas, un centro de formación y un galpón—, y el resto de la tierra es de uso familiar. Pocos años atrás los campesinos esforzadamente cultivaban soja. Ahora cultivan porotos, arroz, maíz, mandioca y todo tipo de verduras y hortalizas. Cada campesino tiene entre 7 y 10 Ha, que cubre el autoconsumo y la producción tradicional o la producción de hortalizas que luego comercializan en la feria regional de Ciudad del Este, capital del departamento de Alto Paraná y fronteriza con Argentina y Brasil, para adquirir lo que no producen sus campos (aceite, sal, herramientas, medicamentos, etc.). Han cambiado un monocultivo destinado a la exportación por cultivos variados, han abandonado el uso de productos químicos agresivos y aprenden técnicas de cultivo sostenible para mejorar los suelos y obtener productos ecológicos. En cierta forma, es como volver a empezar, y lentamente las tierras vuelven a ser altamente fértiles. Pero el desafío actual es ir más allá: consolidar las comunidades, generando procesos de discusión sobre modelos alternativos de comunidades campesinas, concienciación política y de organización comunitaria, para promover proyectos asociativos y comunitarios. En esa línea sostienen que la propiedad colectiva de los medios de producción (tierra, herramientas, maquinaria, un camión para comercializar) les garantiza que, a pesar del uso familiar de la tierra, no se producirán diferencias en el seno de la comunidad.
—En el norte de Argentina, el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), ha demostrado la relación entre la capacitación y el resto de los eslabones de la cadena hacia la soberanía alimentaria, generando nuevas propuestas pedagógicas y de formación, que respondan a las necesidades de los jóvenes campesinos indígenas y fortalezcan sus capacidades de liderazgo en las comunidades. En su central ubicada en Quimilí, en la provincia norteña de Santiago del Estero, desde el 2006 avanza a grandes pasos la Escuela de Agroecología, diseñada en un proceso participativo que integró a las centrales campesinas del MOCASE y del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), para potenciar la agricultura campesina sostenible, fortalecer la producción familiar y comunitaria, promover el intercambio entre jóvenes del movimiento, desarrollar tecnologías y ciencias que reduzcan el impacto ambiental, construir metodologías educativas que articulen la producción de alimentos ecológicos con los mercados locales, y generar la inclinación por el o?cio al productor de alimentos como un arte y una profesión atractivas.
Ángel Strappazón, dirigente del MOCASE, informó a Noticias Aliadas que “ahora el MNCI va por más, ya que se ha puesto en marcha la Universidad Campesina que será de alcance nacional para la formación de jóvenes campesinos, indígenas y trabajadores rurales y urbanos”, con ejes en agroecología, promoción de salud comunitaria, comunicación popular, maestros/as campesinos/as, y promotores territoriales de los derechos humanos. “Esta universidad tendrá la carrera de ingeniería agroecológica”, agregó. “Apuntamos a la formación estratégica de jóvenes, de cuadros políticos, pero basados en la posibilidad de un nuevo paradigma político, el de la soberanía alimentaria, que sin duda es uno de los ejes de una nueva era civilizatoria, porque es el resguardo de la biodiversidad, combinada con la producción superadora del hambre, pero también con la ecología. Se trata de la construcción de un sujeto político nuevo”.
—Venezuela es uno de los países, como Bolivia y Ecuador, donde las dinámicas políticas han llegado a modificar leyes para generar cierta coyuntura favorable a lo agroecológico. La Ley de la Salud Agrícola Integral establece que “a los fines de la transformación del modelo económico y social de la nación, el Ejecutivo Nacional, a través de sus órganos y entes competentes, aplicará la agroecología como base científica de la agricultura tropical sustentable, dentro del sistema agroproductivo, desarrollando y ejecutando los proyectos que fueren necesarios con el objeto de motivar y estimular el proceso de producción de alimentos de buena calidad biológica, en suficiente cantidad para la población y promover la enseñanza y aprendizaje de prácticas agroecológicas”.
En el mismo sentido, un convenio con Cuba ha permitido la instalación de 17 laboratorios de producción de biofertilizantes y biocontroladores para el manejo agroecológico de los sistemas de producción agrícola del Instituto Nacional de Salud Agrícola Integral. Por ejemplo, el laboratorio Cipriano Castro, ubicado en el occidental estado del Táchira, produce insumos para entregarlos sin costo a los pequeños productores y además realiza investigaciones participativas en las mismas unidades de producción con el fin de mejorar la calidad de los insumos y asesorar a los productores que están incorporando dicha tecnología.
—En Brasil, el asentamiento Filhos de Sepé, perteneciente al Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, ocupa desde 1999 6,000 Ha a unos 40 km de la ciudad de Porto Alegre, en el extremo sur. Son 700 familias que aplican un nuevo formato de campamento: se crean unidades de entre 15 y 20 familias, en las que las parcelas individuales se disponen de manera triangular y el vértice confluye en un “centro” de manera que las viviendas quedan cercanas entre sí (necesario para lo colectivo) y al mismo tiempo cada campesino está sobre su parcela.
En Filhos de Sepé descubrieron que el cultivo orgánico de arroz no solo es rentable sino que la productividad por hectárea es exactamente el doble que con agrotóxicos. Recuperaron la vieja tradición campesina que consiste en preparar la tierra para cultivo con patos. “Los patos se comen todas las hierbas, limpian el terreno mucho mejor que cualquier veneno agroquímico y además lo abonan con sus excrementos. Dejamos los patos durante meses y ellos son los que preparan la tierra. Luego, al sembrar el arroz, los quitamos y los vendemos o comemos”, relató Huli Zang, del MST, en diálogo con el periodista uruguayo Raúl Zibecchi publicado en el 2008 por la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI). Sin embargo, ahora enfrentan el problema de la certificación ya que los encargados están ligados a las empresas que comercializan transgénicos. “Derribar las alambradas del latifundio no era tan difícil como luchar contra los paquetes tecnológicos de las transnacionales”, afirmó Zang. Filhos de Sepé se encuentra festejando 14 años sin agrotóxicos.
En toda América Latina crece el rechazo a los transgénicos, en muchos casos con acciones coordinadas entre varias organizaciones sociales. De esa unión de fuerzas “en rechazo a” se potencia luego la acción coordinada “a favor de” nuevas leyes protectoras, redes de comercio justo, producción agroecológica, salud comunitaria, educación popular, entre otras, aumentando la eficacia en la articulación productiva. Eso se ve en el crecimiento de las redes de comercio justo, donde personas que comenzaron como militantes “políticos” hoy son consumidores y/o productores orgánicos, o apoyan de diversas maneras los circuitos de distribución de productos agroecológicos.
El compartir esta serie de ejemplos no intenta desestimar cuestiones claves como que la soberanía alimentaria no será posible sin soberanía de territorio, el debate sobre el modelo agroalimentario mundial y sus corporaciones, la gravedad del cambio climático o el acaparamiento de agua, por citar algunas. Simplemente es justo suponer que, frente a la densidad de la crisis global, el acercamiento a las experiencias concretas es parte de lo que el sociólogo brasileño Boaventura de Souza Santos propone al decir que “la realidad es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella está emergiendo como posibilidad y como lucha por su concreción”. —Noticias Aliadas.
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