El zapatismo, ajeno a focos, modas y consensos,
no sólo goza de una excelente salud a 30 años de su nacimiento, sino que
constituye una potentísima herramienta decolonial.
Por Ángel Luis Lara – Fuente: desinformemonos.org
En noviembre de 1983, un diminuto grupo de hombres
que se contaban con los dedos de una mano aterrizó en la tupida Selva Lacandona,
en el mexicano estado de Chiapas. Habían decidido nombrarse rimbombantemente
como Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). La
mayoría urbanitas sin remedio, portaban en la mochila un propósito que resonaba
en sus conversaciones como sentido delirante: hacer la revolución. Sin embargo,
dadas las condiciones de extrema pobreza y de urgencia social en Chiapas, tal
delirio resultaba ciertamente sensato. Además, las montañas y las selvas
chiapanecas no sólo albergaban a pueblos en resistencia desde hacía casi 500
años, sino que desde que a finales del siglo XIX algunos de los desterrados
protagonistas de la Comuna de París dieran con sus huesos en Chiapas, en dichas
tierras no habían dejado de florecer antagonismos y disensos subterráneos.
Armado con cuadriculados lenguajes y
manidos artefactos ideológicos, ese pequeño grupo inicial no tardó en chocar con
el sentido común de los pueblos indígenas originarios y habitantes de esos
territorios. Entonces fue cuando el Subcomandante Marcos, el más conocido
participante en esa primigenia y delirante mónada zapatista, decidió que las
fuerzas ya no le daban de sí y que mejor se bajaba de ese barco zozobrante e
incierto. “¿Dónde está la salida?”, preguntó. “No hay salida”,
le contestaron los pueblos indígenas. “Y entonces, ¿qué hacemos?”,
respondió un aturdido Marcos. “Quedaros y aprended”, sentenciaron los
pueblos mayas.
Y eso es lo que hicieron. Escucharon y
aprendieron de los pueblos indígenas hasta el punto de devenir indígenas ellos
mismos. Una suerte de posesión con trazos de realismo mágico que no solo desarmó
la arrogancia y los clichés tradicionales de la izquierda, sino que activó un
maravilloso híbrido revolucionario hecho de saberes y cosmovisión indígena,
capaz de parir una artesanía del cambio social revolucionario repleta de
paradojas y de puentes hacia fuera.
Así, armados de preguntas, los zapatistas
nacieron como un oxímoron: el más sensato de los delirios. Hoy ese maravilloso
delirio no solo está habitado por miles y miles de mujeres, hombres, niños,
niñas, ancianos y ancianas en Chiapas. Además ha sido capaz de construir la
materialidad tocable y respirable de una vida otra. Con infinitas dificultades,
errores y caminos torcidos. En este mundo, pero con otros mapas y en otras
coordenadas.
Treinta años después de su nacimiento, el
EZLN protagoniza una de las experiencias más ricas y radicales de libertad y de
emancipación humana que los últimos siglos de historia hayan conocido. Desde que
se levantaran en armas en enero de 1994, los zapatistas habitan en una cotidiana
restitución del sentido verdadero de la palabra democracia y en una trabajada
liberación de la vida de las garras de la supervivencia. Miles y miles de
personas viviendo de otra manera. Aquí, ahora y ya.
En su treinta cumpleaños, la disutopía
zapatista decidió abrir sus puertas y sus ventanas para compartir las formas de
vida que han generado tres décadas de delirio sensato. Para ello han creado una
escuela a la que han llamado “La libertad según l@s zapatistas”. Se
trata, sobre todo, de una escuelita, así en diminutivo, que sirve para
desaprender. No ofrece pistas para un modelo y tampoco regala ningún manual de
instrucciones. Como en el Blade Runner de Ridley Scott, los zapatistas saben que
los replicantes ni aman ni tienen emociones. Por eso no les interesan las copias
ni las recetas. Simplemente tratan, con perseverancia e infinita paciencia, de
compartir tan solo un mapa del tesoro de un mundo otro. En ese mapa destaca una
coordenada por encima de las demás: una imperiosa necesidad de decolonizar la
existencia.
El zapatismo, ajeno a focos, modas y
consensos, no sólo goza de una excelente salud a 30 años de su nacimiento, sino
que constituye una potentísima herramienta decolonial. En los territorios
chiapanecos donde los zapatistas son gobierno, la humanidad ha abierto un
agujero irreparable en la modernidad, en la matriz abisal del pensamiento
occidental y en la racionalidad de la dominación.
Una decolonización del vivir
más allá de la terrible imposición generalizada de la forma mercancía, en la
construcción colectiva e igualitaria de un mundo de usos y no de consumos. Una
decolonización del poder, más allá de la dominación de lo privado y de lo
público, en el tejido democrático de un común en el que todas las personas son
llamadas a ser y a hacer gobierno. Una decolonización de las pasiones, más allá
de las vilezas y los egoísmos con los que la imposición neoliberal nos sujeta a
las pasiones tristes que la constituyen. Sin pedir permiso. Miles y miles de
mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos y ancianas. Un presente y no un futuro.
Aquí, ahora y ya. Y un mensaje, tal vez desesperado, a los que estamos del otro
lado del espejo: “ORGANÍCENSE”.
Porque no basta con desearlo.
A su modo, los zapatistas le han llamado a todo
eso autonomía. Una experiencia de autogobierno participado por miles y miles de
personas y en la que el giro decolonial se traduce en el territorio zapatista en
instituciones, escuelas, hospitales, leyes, administraciones locales, relaciones
sociales, sistemas productivos, economías, sexualidades y profundos cambios
culturales llenos de puntos suspensivos. Concreto y tangible.
Por y para las
personas. ¿No fue en el deseo de algo de eso en lo que nos reconocimos en las
plazas en un mayo de hace más de dos años?.
http://mapuexpress.org
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